De esas veces que hay que evitar el aburrimiento y a alguien se le ocurre una idea, a alguien se le ocurrió la más brillante, apuntarnos a un curso de equitación, quizás por una mala digestión de alguna de indios.
La cosa es que al día siguiente allí estábamos cuatro ilusos delante del profesor de equitación, dando nombres y dinero. "Lo primero que os tenéis que comprar ..botas, pantalones y ropa cómoda" nos dijo, para mí que se le olvidó lo del botiquín de primeros auxilios.
Una vez tuviésemos conseguidos los pertrechos básicos, se acordó cita para la primera clase, "a las 5 de la tarde mañana” dijo el profe, no se me olvidará esa hora, la hora fatídica del morlaco, la hora del paseíllo, a esa que las taleguillas se quedan anchas y se aflojan los esfínteres.
A las 5 como clavos, los cuatro, el profesor y sus primeras enseñanzas..."puntera siempre hacía fuera, rodillas apretadas, cuerpo derecho y riendas bien cogidas", no sé si nos dijo nada más, con eso ya teníamos bastante, "chupao, tío esto tá chupao" me decía Alberto, el más lanzao.
Después nos encaminamos a lo que decía aquel hombre que era un picadero, el concepto de picadero que yo tenia era otro, así que me fastidiaba pensar tener que quitarme las botas con el trabajito que me había costado embutírmelas y esos pantalones que no me dejaban separar las piernas más allá de una cuarta, pero en fin, si las clases comenzaban así con un revolcón, jeje, todo sea por la Ciencia.
Picadero, picadero era una nave rectangular con una puerta mas grande que la del hangar del Concorde y con las paredes con más desconchones que la fachada el Partenón, eso si, mucha tierra, albero por todos lados, pa mi que saldría el miúra de un momento a otro.
Atravesamos aquel inmenso portalón como si fuese el Arco del Triunfo, alli estaba el maestro de equitación, montado sobre un caballo, tieso como una vela, mirandonos impavido y con una muesca en sus labios que predecia lo que iva a ocurrir más tarde, a mi me pareció estar delante de la estatua de la Plaza Mayor, leche, que alto estaba el pavo subido.
Todavía estábamos explorando con la vista el recinto, buscando burlaeros o boquete en la pared donde esconderse en caso de necesidad, nada, no había nada donde meter el culo si la cosa se ponía fea, estaba claro, el que entraba allí o salía montando a caballo o allí mismo lo enterraban, para eso tanta tierra, seguro que cubría a otros tontos como nosotros que antes se habían metido en la boca del lobo.
Y en eso andaba cuando el suelo comenzó a temblar, un ruido de golpes secos como si el cielo estallase en tormenta, miramos para atrás y allí estaban, un mozo de cuadra traía cogidos por las riendas y perfectamente ensillados a cuatro caballos, por llamarles de algún modo, para mi que el mejor tenia el mal de San Bito, si uno saltaba, otro brincaba como una cabra con sarampión, todos se rebelaban por haber sido arrancados de la intimidad de las cuadras, se levantaban de manos amenazantes ,como un púgil furioso, en fin que pa mí aquello no eran caballos sino cebras con dos manos de betún.
La muesca que el profe lucía se convirtió en sonrisa macabra y al instante transfórmese en orden al mozo.."suelta los caballos", le faltó tiempo ... soltarlos... poner pies en polvorosa, nunca mejor dicho parecía el corre caminos, y cerrar la puerta fue todo uno.. "ahí os joán" y desapareció.
!Eah! ahí están los cuatro bucéfalos, sedientos de sangre fresca de los nuevos aspirantes. Listos para compartir la misma arena que los anteriores difuntos.
El espectáculo quedó grabado a fuego en mi retina, uno corría de un extremo a otro del picadero como si estuviese poseído, el otro daba tales brincos que parecía querer robar los focos, el otro pareciese le hubiesen supositoreado con un cardo borriquero y el que faltaba, para que iba a perder el tiempo, se dejó venir directo para nosotros, como un obús.
Todo listo para la función "¡¡que levanten el telón!!, los actores en el escenario, el decorado preparado, la orquesta tocaba la quinta sinfonía, "la del relincho" y el director de orquesta desde su équído atril impartió su siguiente orden..."Que cada uno coja un caballo y a montarlo", jeje, si vamos que se van a dejar y una leche, pensaba.
Yo corría detrás del primero que pasó mas cerca de mí, otro de mis amigos se encaminaba por uno que se le había encarado y lo esperaba tranquilo, con la grupa encajonada en un rincón, protegiendo la retaguardia, los otros dos colegas, esos ni se sabe, unas veces corrían detrás y otras, los malditos bichos se revolvían y les tocaba correr delante en vergonzosa retirada.
La clase duraba una hora, la manecilla corrió misericordiosa para alcanzar la verticalidad, cuando aquel "Mariscal de Campo" dijo la clase ha terminado, miró impertérrito el campo de batalla. Caballos heridos o caídos en combate, ninguno; pipiolos, cuatro enharinaos como boquerones y sudando más que un pollo en un microondas , pero eso sí, dos habíamos conseguido coger las riendas de sendos monstruos, que más valía no haberlo hecho, nos arrastraban de lado a lado por la arena como trapos viejos, parecíamos dos pañuelitos en un mástil. "Mañana más" dijo el demonio montao a caballo, alguno de mis amigos refunfuño en silencio: "¿Mañana?, mañana.. va venir tu reverenda madre", "¿Y que vas a hacer con lo que hemos comprado? le dije, "el pantalón pa mi hermana, pa los carnavales o pa cuando quiera practicar con el novio el salto al potro y las botas pa coger coquinas este verano en la playa de Rota", leche, pensé, lo tiene todo calculado.
Al segundo día a las 5 otra vez los cuatro, el que quería abandonar el barco, el padre lo amenazó para recuperar el dinero de lo invertido con un mes en los albañiles, "antes le muerdo las orejas a un bicharraco de esos que me quedo sin ver a la Paqui".
Vuelta a empezar, misma faena, el mozo, los caballos sueltos pero esta vez, cada uno le echó el ojo a uno de ellos; antes del cuarto de hora, ya teníamos en las manos las riendas de aquellos criminales, ahora faltaba el paso siguiente, montarse, jeje, el joío profe desde su altura aguantaba la risa como mejor podía.
Giros tan endiablados que por tenerles sujetas las riendas parecía que el caballo estaba dibujando con nosotros en la arena donde quería enterrarnos, cabezazos que nos levantaban del suelo por empecinarnos en mantenernos juntos, el ruido infernal, el miedo, los nervios y el torbellino de tierra y polvo que formaban aquellos cuatros energúmenos, lo de montarlos, era más un deseo que una realidad.
En uno de esos descuidos del bicho, cuando ya enfilaba a uno de mis amigos entre sus ancas para soltarle una coz traicionera, conseguí poner mi bota izquierda en su estribo y pasarle las riendas por la cabeza. Ese fue el problema, al pasárselas le rocé en las orejas, un equino prefiere una patada en los cuartos traseros antes que le toquen los soplillos. Al percatarse del asalto, por Ganímedes que no estaba dispuesto a dejarse corononar. Si antes giraba, ahora lo cumplimentaba con una buena carrera adornada con sus caracoleos, a todo esto, yo colgando con un pie en el estribo y el otro saltando como un pirata al que le quitan la muleta, parecía un peluche amarrado a una cabra. No pregunten por como les iba a los demás, que con mi cruz ya estaba servido. Mientras tanto "el loco montado", el magíster, gritaba desde las alturas..."¿A que esperáis para montaros?, se nos va a pasar la hora", ¿a que íbamos a esperar?, jóe, a que se dejaran montar los mamuts, ¿a qué si no?.
Más por lastima o porque pensaba que ya había acabado conmigo, er cuadrúpedo se detuvo, jeje, mira que me quedaba estrecho el pantalón, mira que me pesaba la pierna entre la bota y la paliza de tanto salto, pues bien, antes de que mirase de reojo, zás, montado. Montado, si, ¿pero como estaba montado?, se supone que hay un estribo para cada pie, por los clavos de una alpargata que a aquel bicho solo le habían puesto uno, al menos yo no conseguía encontrar el otro, para descubrir si lo había incliné el cuerpo hacia el lado derecho, grave error por no contar con las emponzoñadas intenciones del malvado animal, creo que ya tenia preparado el plan de desahucio. Con un salto a la vez sobre sus cuatro extremidades, como gato que le mojan las patas, acabé a modo de collar sobre su pescuezo, mis manos todavía aguantando las riendas le rodeaban en un abrazo fraternal la cabeza, aun no comprendo para que quería riendas tan largas si lo que me faltaba era caballo, mi cabeza acabó tan cerca de su hocico que si hubiese querido me hubiese dado un beso. Tanto me asusté yo, que me vi volteado por encima de sus crines, como él, que no se esperaría el sobre peso en el pescuezo. Y en estas, por un instante, se paró, el resorte que me empujó hacia atrás y aterrizar en la silla, todavía después de tantos años sigo sin encontrarlo.
Sentado en la silla, riendas bien sujetas, tensas y el cuerpo tieso , el estribo que me faltaba ahora me golpeaba en la pierna a cada paso del caballo a modo de péndulo, esta vez no me inclino, jeje, pero ¿a ver como consigo atrapar el joío estribo?, me acordaba de aquellas carreras en que el jinete tenia que ensartar la anilla de una cinta, Dios debió de apiadarse de mí en mi segundo día y en un encuentro de esos a ciegas se introdujo el reposa pies por mi bota, ahora sí, ¡¡¡soooooó" me faltó tiempo para darle un tirón de riendas que a poco le pongo las narices en la cola y ¡¡oh maravilla!!, se paró, se quedó inmóvil, petrificado.
No sé si durante este tiempo que empleé en acomodar mi dolorido cuerpo sobre la maldita silla inglesa, que tiene guasa la cosa... inglesa tenia que ser, el profe dijo algo, si lo dijo no estaba yo para atender tonterías, pero justamente cuando ya estaba a su misma altura... "Bien, ahora bajense despacio, cuidado no se queden enganchados en los estribos”, "vamos a repetir la jugada". Cago en tó si ya estábamos arriba ¿para qué bajarnos?, pensaba. "Cojan las riendas con la mano izquierda, tiren tan fuerte que le hagan al caballo agachar la cabeza y se quede inmóvil, pié izquierdo al estribo, mano derecha a la silla y pierna derecha para arriba, sentaros sobre la silla y aguantando firmemente el caballo para que no se mueva...pie derecho a estribo derecho, cuerpo estirado espaldas recta".. "y a bajarse de nuevo..la clase ha terminado hasta mañana", oño ya podía habérnoslo explicado antes el método y ahorrarnos del suplicio de la ascensión.
Mientras regresábamos a casa pensaba en la silla, esa, la inglesa, cago en tos los ingleses, esos si que son agarraos, con medio kilo de cuero hacen una silla, tan pequeña que hay que atinar pa colocar el culo sobre ella, normal, me decía, no vá a usar el tío en una escuela sillas vaqueras, esas son sillas, más que sillas, sofás y con sus apéndices tiesos como penes, varoniles vamos, y no la mariconada de estas que no son ni fú ni fá.
Ya en casa mientras cenaba le comenté a mi padre la odisea sufrida hasta montar el caballo, recuerdo me dijo.."el caballo tiene que saber quien manda, si te dejas ganar la partida te come con papas", jeje, se va a enterar mañana ese bisonte maquillao con quien se juega las perras. Así que al día siguiente ya iba con la escopeta amartillada.
"Hoy, si nos da tiempo” decía el profesor con una pesada carga de ironía” intentaremos aprender a cabalgar al paso y al trote, así que cuando estéis montados, comenzamos".
De nuevo la misma historia, mozo suelta caballos..histeria equina y a la caza de la bestia. Ya habíamos aprendido algo más de como atrapar aquellos diablos. Sujetaba el mío y ya había puesto el pie en el estibo, cuando de repente siento una opresión en mi antebrazo izquierdo, el joio bicho, me había dado un mordisco para evitar que montase y lo evitó, porque a poco doy con toda mi ingenuidad por las arenas. Apenas pude mantener la dignidad en pie delante del caballo, pero como un latigazo me vino a la memoria las palabras de mi padre y antes de que parpadease, su hocico había chocado "por accidente” con mi mano derecha que casualmente estaba cerrada, remedio santo, la calma y el sentido común retornó a sus adentros, se dejó montar, acomodarme e incluso obedecer.
Todos sobre las monturas, en tensión, preparados para cualquier reacción del cuadrúpedo, más pendientes de los movimientos de este que de lo que decía el "jefe", a cada cabeceo, cada movimiento de las orejas ya nos parecía una señal de mal agüero.
"Bien, golpeen suavemente con los talones y vayan colocándose en fila, uno detrás de otro...rodillas apretadas..punteras afuera, cuerpo derecho y riendas bien sujetas con ambas manos", nos recordaba el "padre nuestro" con machacona reiteración y hasta que se le rozó con las botas todo estaba ..medio normal, pero al primer talonazo...cada bomba explosionó en diferente medida. Mi caballo hizo un intento de meter la directa, gracias a pisar el freno a fondo y dejarle el bocao en la campanilla, la cosa no fue a más, pero recuerdo el de mi amigo Luis, estalló en un inesperado galope en dirección a una esquina, si no salió volando durante el camino que atravesaba el picadero era por puro instinto de supervivencia ,pero lo peor estaba por llegar, no faltarían más de dos metros para alcanzar su angulada meta cuando clavó sus cuatro patas en el suelo quedándose más inmóvil que el caballo de un retratista, yo sigo pensando que aquel caballo había terminado COU antes que nosotros, conocedor de esa ley universal de la inercia mi pobre amigo Luis acabó su repentino viaje delante de los hocicos del asesino animal, sobre sus espaldas, con las riendas aun sujetas con las manos agarrotadas y contemplando aquel ángulo recto de la esquina, un poco más y firma con otro desconchón en aquellas infaustas paredes, testigas de tanta humillación.
El profesor situado en medio del recinto como si defendiese el centro del campo, contemplaba atónito, como el resto, la jugarreta del caballo. Aun no habría regresado Luis a la realidad y mucho menos a la verticalidad, cuando el profesor le increpó.."señor mío te dije ..suavementeeeee, suavementeee,coño, sube inmediatamente al caballo".."y si te vuelves a bajar del caballo sin pedir permiso, te expulso de la clase".
Después de ver lo visto y que el "listillo" dijera lo que acababa de decir, nos quedamos alucinando en colores, a este le falta un hervor, pensé
De todo jinete, torero u otro mortal que se mueva entre animales es conocido que ante un percance con ellos hay que retornar inmediatamente al principio de la situación, de no hacerlo así, el miedo se apodera del alma y ya es imposible seguir montando, toreando o domando, o cualquier otra cosa. Así que para evitar que le cogiese miedo al caballo, la equitación y la mare que parió a los caballitos de feria, Luis tenía de inmediato que volver a su cabalgadura.
Todavía tambaleándose, con la estructura ósea dolorida pero intacta gracias al divino tesoro de la juventud, masticando a dos carrillos una mezcla de miedo y rabia, se incorporó, pero cuando el mandamás giró la cabeza para ver si la fila se mantenía o había quedado como el espejo de un loco, Luis le pegó tal puntapié en los bajos al bicho, que se la quedaron los ojos en blanco y de no mantenerlo sujeto por las riendas, seguro que hubiésemos tenido que ir a buscarlo a recepción, de nuevo mano de santo, se montó más mosqueao que una langosta en un olla, pero regresó a su puesto en la fila.
Eso del pánico es cierto, el pánico, los nervios, la risa, etc..etc, es pegajosa, contagiosa hasta en los animales, así al mismo tiempo que mi caballo intentó una arrancada repentina y el de Luis batió el record de los 50 mtrs en pista cubierta, los restantes caballos también tuvieron sus intenciones de seguirlo, pero gracias al Supremo, aceptaron la invitación a mantener la calma.
Recompuesta la fila de los condenados, después de dar algunas vueltas al ruedo rectangular como toreros hinchados de gloria, cuando la sangre ya estaba regresando a su cauce y la confianza comenzaba a tomar posiciones...nuevo reto, leche y picón, todo al carajo.
Otra vez habló el Zaratrusta montado, que poco dura la alegría en la casa del pobre y del jinete asustado, "ahora vamos a ir al trote, recuerden rodillas apretadas punteras afuera" y bla, bla, bla..el mismo soniquete, "para hacer que el caballo vaya al trote, golpeen un par de veces ..s u a v e m e n t e, suavemente he dicho, con los talones los costados", sonó en un tono mezcla de paternidad y sarcasmo.
Como si nos conociésemos de toda la vida, como si nos hubiésemos criado juntos, el irracional dio un aire nuevo a su ritmo cansino y alegró el paso hasta convertirlo en algo que va entre el tranquilo paseo y el corro pero no corro, sease lo que vulgarmente se llama el trote, trote cochinero, diría yo.
¿Sabes lo que es montarse en un martillo hidráulico?¿Sabes lo que es sentarse sobre una lavadora coja en el centrifugado? pues algo parecido es el trote o al menos a mi me lo pareció.
Pensaba que todo el secreto de la equitación era mantener el culo pegado a la silla y que lo demás era superfluo, pues una leche pa mí, por mi insistencia en mantener las posaderas sobre el lugar dispuesto para ello, la silla, y el movimiento de sube y baja del caballo al trotar, resulta que todo esto se convertía en un interminable encuentro violento entre caballo y culo, osea que todo era una interminable secuencia de culetazos sobre la silla y con cada "caballazo" me hacia volar casi medio metro, en proporción directa, a más alegre el trote más culetazos y más saltos sobre el lomo, todo subía y bajaba como en un ascensor ido, saltaba el de adelante, el de atrás y hasta el profesor aparecía y desaparecía ante mi vista como un barco en la tormenta.
El caballo que iba delante era el encargado de triturar a Alberto, este, largo como era, largo como el quejío de un cantaor de flamenco, a cada brinco que daba sobre la silla parecía quitar las telarañas del anfiteatro, verlo me consolaba, el consuelo de los tontos, cada vez que le veía elevarse por encima del cuello del caballo pensaba que era la ultima.
Después de un rato y viendo aquel maestro, "Procónsul de Roma", que los ojos se nos mantenían en las cuencas por las pestañas y que estábamos a punto de desperdiciar los respectivos almuerzos, más por lastima que por pedagogía, gritó desde la lejanía.."intenten levantarse sobre los estribos a cada salto del caballo, hasta que consigan coger el ritmo" ¿que ritmo, coño? pensaba para mis adentros, si esto se mueve más que los pendientes de una coja.
Pero con la paciencia de un santo varón y la torpeza de un gato mareao, al final conseguí que cuando el joio caballo subía, mi culo estuviese en alto y cuando bajaba la montura, mi retaguardia la acompañase, jeje, ahora sí, se acabó la batidora. Y cuando le habíamos cogido el tranquillo, cuando el vals estaba en lo mejor..."la clase ha terminado, es la horaaa, hasta mañana" joder.
Aquella tarde no había terminado aun de darme sorpresas, al volver la esquina del picadero, camino de los vestuarios donde nos esperaba el agua tibia de una ducha, a lo lejos , en la puerta de lo que más tarde supimos que eran las dependencias veterinarias, vimos salir de un caballo un chorro de agua que alcanzaba mas de un metro, como suena, de un caballo, corrimos para acercarnos, para dar fe de lo que veían nuestros ojos, una imagen dantesca, un relato kafkaiano, pero a medida que nos aproximábamos con más nitidez distinguíamos la escena, el chorro de agua salía de su cuello, del cuello del caballo, como una fuente ornamental. Con los latidos descompasados y la respiración acelerada llegamos hasta el lugar, el caballo amarrado a las rejas de una ventana, impasible como si no fuese la cosa con él, mantenía una compostura serena, los dos personajes que le rodeaban no eran otra cosa que el Veterinario de la Escuela y un ayudante. Aun manaba agua de aquel animal cuando le preguntábamos sobre aquello tan extraño.
El veterinario amablemente nos relató que aquel viejo caballo tenia un quiste en el cuello, mejor dicho en la parte de su garganta, un quiste de grasa apenas por debajo de la piel, le había tenido que intervenir, usando el bisturí se lo extrajo y posteriormente antes de desinfectarlo le había introducido una manguera con agua a presión por la incisión y era tal el tamaño que había alcanzado el quiste y por consecuente el hueco dejado, que le cabían casi cinco litros de agua, sumado todo a la presión que la piel ejercía por volver a su normalidad lo convirtió en un surtidor vertebrado, más tarde y en nuestra presencia con unas largas pinzas sujetando una bola de algodón impregnado en mercromina desinfectó toda la cavidad.
Desde el primer día montábamos cada uno en el mismo caballo, en aquel que se dejó coger tras la penosa persecución inicial, pero hoy extrañamente habían dos nuevos, uno, mas mamut que caballo, por lo que sobresalía de los demás y que le tocó a mi amigo Enrique y otro blanco, como la nata, para Alberto, por algún motivo los originales había hecho novillos.Los primeros quince minutos fueron para repasar la sesión anterior, más sube y baja, más culetazos traidores hasta sintonizar al jinete y al caballo al trote. Pasado el cuarto de hora, algún mozo de cuadras en secreta complicidad con el "director de orquesta" abrió repentinamente aquellas enormes puertas metálicas que comunicaban el circo romano con el mundo exterior.
La luz entró por ellas en una avalancha incontrolada, inundó el sombrío picadero y los colores parecieron reventar como las flores en primavera, si no fuese por el espantoso ruido de las puertas al arrastrarse perezosas sobre sus guías metálicas, aquel cuadro de los jinetes sobre sus caballos casi hubiese sido un cuadro digno de colgar en cualquier club privado de esos de postín.
"Vamos a salir y por primera vez, hoy vamos a cabalgar, que nadie rompa la fila, que nadie se me adelante y que todo el mundo siga mis instrucciones, si no, el que no lo haga, automáticamente será expulsado del curso", anunció con voz grave y solemne el "boss".
Una mezcla de expectación e impaciencia me perturbaba, por fin, ahora experimentaríamos el sumo placer de la equitación, emularía a tantos jinetes de las pelis del oeste.
Enfilamos aquella vaginal salida al mundo real, se acabó eso de dar vueltas como los autos de choque alrededor del eterno rectángulo, de ese mundo limitado y anónimo.
El profe lideraba como él había acordado la reata, mi amigo Enrique le seguía y yo detrás de este, a mis espaldas Alberto, Luis cerraba la cuerda de novatos y cerrando la procesión un mozo de cuadras.
Por una puerta trasera de la Escuela encauzamos un camino sin asfaltar, de tierra vamos, entre algunas acacias que esperaban a ambas orillas del camino fuimos al paso hasta que una inmensa explanada se abrió delante de nosotros. La explanada daba para tanto que a nuestra izquierda un campo de fútbol improvisado recogía a dos equipos de chiquillos que disputaban un partido como si del eterno derby se tratase y de repente..aun no lo sé, si fue el que hacia las veces de árbitro o alguno de los asistentes al duelo, tocó un silbato, un inocente silbato de esos que tantas veces hemos oído y tocado.
Pero a Enrique ese sonido impertinente nunca se le olvidará, a él principalmente, pero al resto tampoco.
Ese caballo de talla XXL como el de Troya que montaba Enrique, al oír a lo lejos el silbato y como movido por un muelle interior, se levantó de manos...y continuó levantándose y levantándose...hasta que cayó hacía atrás sobre la silla y acabó como una inmensa cucaracha con las patas para arriba. Esto ya por sí era todo un espectáculo, pero aun más era ver a Enrique primero intentando aguantarse al caballo como gato desperado mientras este se verticalizaba y después la agilidad que tuvo, hasta ese momento desconocida hasta por sus progeneres, para saltar en el momento justo antes de que se le viniese encima aquel trailer. El resto de las cabalgaduras en un primer momento al ver el repentino y poco cuerdo comportamiento de su compañero, hicieron algunos extraños pero pudimos respectivamente mantenerlos a raya. Enrique acabó rodando por el suelo en un revoltijo de botas y matojos, su cara de sorpresa era un poema, un miserere a difuntos.
"¿Estás bien?"preguntó al desgraciado Enrique,"¿De donde coño ha salido ese caballoooo?" espetó furioso al mozo de cuadras mientras este buscaba agujeros del tamaño del botón de una camisa donde poder meterse. "Es de los nuevos, de los que llegaron la semana pasada, es que..el otro está lastimado", se hizo el silencio, ese silencio que etiqueta la impotencia.
Ya colocado el caballo en su posición más natural e igual el jinete, "¿Quieres seguir?" preguntó a Enrique y este asintió con la cabeza, con un movimiento lento como aceptando una condena, a ver que iba a decir, nos contaría más tarde, si decía que no, tenia que volver andando hasta la Escuela y ya hacia que la perdimos de vista, sin olvidarse de las puñeteras botas, para montar, todavía, pero para caminar, un suplicio.
Así que continuamos por aquel camino, uno tras de otro en desfile marcial, acatando en todo momento las normas impuestas y con los cinco sentidos, y algunos más que seguro tenemos en la reserva, puestos en el animal.
De ir al paso, el director imponía el ritmo, pasamos al trote del sube y baja y de ahí,al galope.
Sin dudas es el más cómodo de los estilos, el más gratificante, el más bonito por su estética y sentir el viento en la cara, la saliva del caballo que se le escapa entre el bocado y la comisura de los labios, ver como pasan las piedras, los baches, los yerbajos como en un expreso.
Al principio me pasaba igual que cuando montas por primera vez en bicicleta, todo era mirar para abajo, calculando el tamaño del posible batacazo desde aquellas alturas y a esa velocidad. Después poco a poco vas descubriendo que delante hay una cabeza que sube y baja y que esta tiene sus orejas que giran de adelante y atrás en movimientos continuos, vas notando los fuertes golpes de los cascos sobre la tierra, la enorme fuerza de un coloso y del polvo que levanta y los cascotes que va soltando el que te precede, de la agilidad que tienes que tener para en algunos momentos esquivarlos y de como te deja hecho un asco si acaso se cruza un charco en el camino.
Pasaban los minutos y cada uno de ellos era saboreado con fruición, como un pastel de almendras, todo trascurría dentro de la normalidad, todo, hasta que Alberto decidió por su cuenta un nuevo guión. De reojo me di cuenta que el caballo de Alberto me intentaba pasar, lo intentaba, se ponía a mi altura y me adelantaba, "ya está haciendo el capullo, como siempre tiene que dar la nota" me decía a mi mismo recordando. . "¡¡que nadie rompa la fila!!". La verdad es que al pasar a mi lado le miré para recriminarle su actitud e indisciplina y este ni siquiera se molestó en devolverme la mirada, iba pendiente de su remontada, pegado a la silla como un mejillón a las piedras y con la mirada fija al frente, como hipnotizado.
Continuó su adelantamiento hasta llegar a la altura del profesor, este que no podía permitir que un peluso imberbe le echara cojones, espoleó el suyo y mientras uno más corría el otro más picaba espuelas y de esta guisa estaban sin tener en cuenta que los que íbamos detrás también teníamos que acelerar para no romper la formación, así que aquello parecía una carga de la caballería decimonónica en toda regla. Viendo el "mandamás" que era imposible seguir primero aun sacándole las tripas por los costados a su caballo y que una pronunciada pendiente amenazaba con el final de la llanura, optó aunque de mala gana que el rival le pasase.
A pocas trancas más la carrera se detuvo y como era de esperar dio comienzo la esperada retahíla, la temida bronca a mi amigo, este con el rostro demudado no acertaba articular palabra y el silencio le juzgó culpable.
Ya preparábamos la fila de indios para regresar cuando oímos gritos al otro lado del barranco, todos por instinto volvimos la cara hacia la ladera opuesta, juntas aquella y la de este lado del barranco acaban en un riachuelo.
Un jinete bajaba a todo gas ladera abajo, me quedé boquiabierto de contemplar el aplomo de aquel tío, ni piedras, ni arbustos, nada le suponía obstáculo, era impresionante ver el control que tenia sobre su montura.
Seguía bajando como una exhalación, de vez en cuando oíamos una exclamación ininteligible, sin duda que animaba al caballo para que no le asustase la pronunciada pendiente. Ya le faltaban pocos metros para alcanzar el riachuelo, todos creíamos que detendría el caballo antes de alcanzar la orilla, pero como un Pegaso saltó al otro lado, por encima del lecho pedregoso y las aguas furiosas, sin tiempo a que el caballo pensase en lo extraordinario que había hecho, lo dirigió por la ladera contraria, la que subía hasta nuestra explanada, y comenzó a subir sin menguar apenas en su velocidad, como un gato escaldao subía y subía ladera arriba y a eso de la mitad, de repente se detuvo el caballo y vimos asombrados como el jinete caía a su lado, desplomado, nos pusimos en lo peor, algún malestar repentino de aquel pobre le había dejado sin sentido o algo peor.
Se quedó el mozo con los caballos y cuesta abajo todos intentábamos demostrar al profe que pie a tierra no nos ganaba nadie, en pocos minutos ya estábamos delante de esa visión que si no fuese por lo que presumíamos de trágica hubiese sido la más bucólica, el caballo... el jinete tumbado a su lado... las florecillas ornamentando la composición y aquel riachuelo que servia de fondo a tan hermoso suceso.
Todavía tumbado a media pendiente, apoyado con los codos en el suelo, al llegar, levantó la cabeza que la tenia hundida en el pecho y comprobamos asustados que se trataba del veterinario, el que habíamos conocido días antes y cuya fama de experto jinete sobrepasaba la Escuela. Algo malo tenia que haberle ocurrido, un desmayo, un mareo o una simple indisposición. Entre todos lo pusimos de píe, la cara era de cera y los ojos desencajados no los apartaba del caballo, al que aun mantenía sujeto por las riendas, no articulaba palabra, de una cantimplora que el jefe llevaba le mojamos los labios y pareció que un ligero parpadeo le regresaba a este mundo. El caballo extenuado, era una maquina a vapor, si hubiese tenido pito se hubiese escuchado en los sinfines de la Tierral, empapado en sudor, los borbotones de espuma le salían de la boca a modo de bicarbonato en agua, aun parecía algo nervioso el animal.
Esperamos impacientes a que el veterinario, aquel cadáver, fuese capaz de sintonizar con la realidad antes de hacerle ninguna pregunta.
Abrió la boca, descubriendo sus comisuras blanquecinas y viscosas pintadas por el miedo, masculló una palabra, primero apenas audible, pero la repetía una y otra vez, cada vez más fuerte.... "¡¡¡cabrón....Cabrón....CABROOOON! levantó el puño para descargarlo en la testa del equino, a duras penas le pudimos sujetar.
"Ha roto el bocado,a poco me mata el mu joputa, bajaba a toda ostia a ver si me tiraba y viendo que no podía, saltó el río como una gacela y gracias a Dios que la cuesta arriba lo ha cansado, que ya no podía más, pensaba que era mi ultimo día, la mare lo parió", "te voy a arrear una patada cacho cabrón que no vas a morder ni la paja de las cuadras", decía fuera de sí, señalando el bocado partido." Tranquilo, hombre, tranquilízate que no ha pasado nada, estaría mal el bocado" le decía el profesor para evitar un equisidio.
Tras algunos minutos, ya sosegados el jinete y el caballo, entre dos le ayudamos a subir la pendiente hasta donde nos esperaba el mozo con los nuestros, mientras otro tiraba de las riendas del frustrado homicida.
Después de esto ya era suficiente para la primera tarde de cabalgada, así que mejor volver tranquilamente al paso que no era cosa de seguir tentando al diablo.
Justo llegar, lo primero que hizo el profesor fue dirigirse a las oficinas y cuando salíamos de los vestuarios nos lo cruzamos por uno de aquellos patios, caminaba a zancadas como midiendo el terreno, venia con la cara seria y masticando algunas palabras en silencio, no pudimos evitar preguntarle " ¿Pasa algo?".."¿Que si pasa algo?"..."vamos coño, si los tontos volasen estaría el día nublado" dijo tan mosqueao como el pavo oyendo villancicos.
Nos contó la respuesta a ese comportamiento tan extraño de los caballos, era tan simple como inesperada, esos caballos habían sido comprados no más de un mes atrás y aquí viene lo bueno, venían de haber sido entrenados para ser usados en películas, si así como suena, en películas, eso explica que uno al oír un silbato el uno literalmente se tirase y el otro, que por narices tenia que ir primero, le importaba un carajo el profesor y el lucero del alba, lo habían programado para ser el caballo del protagonista y por cojones tenia que ir el primero.
Aquel fue nuestro último día de clases de equitación, después de esto, preferimos mantener el cuerpo compuesto a hacer "el indio".
Con el paso de los años en cierta ocasión Luis, Alberto y yo, recordábamos aquellas clases.
Recuerdo que le pregunté a Luis si había seguido montando a caballo.."¿quien..yo?”jeje","fijate", me dijo, "mi hijo de pequeño quiso hacerse una foto montado en un caballo de esos de cartón piedra..y si no llega a ser porque venia su madre..que fue quien lo subió y lo bajó...se queda sin foto, no me acerco a un caballo ni por una apuesta"
¿Y tu, Alberto?, me miró y con eso me lo dijo todo, comprendí al instante que no tenia que habérselo preguntado.
¿Y tu, que? me tocaba a mi responder...."bueno, yo, ejemm, me regalaron dos cuadros con dos caballos preciosos cuando me casé, jeje, pero..se los regalé a mi cuñao en su boda" y todavía me lo agradece, resulta que valen un pastón, dice que son al aguafuerte o que se yo, la cosa es que aunque fuesen los bocetos originales de Leonardo da Vinci, ni en pintura."
viernes, 7 de marzo de 2008
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