Érase una vez, cuando la oscuridad reinaba sobre toda la Tierra, una noche de luna clara de esas en que el firmamento parece sembrado de luceros y estrellas, el dios de la luz quiso que uno de sus súbditos explorase aquel cuerpo esférico atrapado por las tinieblas.
Envió al más hermoso de sus luceros, le encomendó descubriese su contenido, sus colores y sus formas.
Y así fue como aquel lucero lleno de impaciencia bajó a este mundo atrapado en una noche perpetúa y comenzó su misión.
Anduvo lentamente por cada arruga, por cada pliegue de la piel de la Tierra. Se introdujo por cada uno de sus poros dando forma y sentido a las más profundas cavernas. Se hundió en los abismos de los océanos y pintó de colorido los bancos de coral. Erró por el desierto acariciando sus planicies, acunando sus dunas, salpicando su rostro de pequeñas pecas verdes, llamados oasis. Trepó por los turgentes pechos de la Tierra, y para ocultar su desnudez cubrió de blancos mantos sus cimas.
Y así recorrió e iluminó senderos, montañas y valles, ríos, lagos y mares.
En su camino encontró una espesa e impenetrable jungla en la que tanto tiempo de oscuridad, el color de sus árboles y plantas eran de una tristeza amarillenta.
Mientrás atravesaba la espesura del inmenso bosque, pintaba de verde con el color de sus ojos cada hoja, cada arbusto, cada rama.
Se detuvo a contemplar su alrededor en la placidez de un llano, observó que al otro lado de un árbol se escondía una sombra, la sombra del árbol.
Se acercó al árbol para descubrir el rostro y los matices de la sombra.
A medida que se aproximaba y su luz le precedía, la sombra se ocultaba detrás del tronco. Si el lucero rodeaba el árbol intentando atraparla, esta hacía otro tanto con la misma prontitud manteniendo siempre entre ambos aquel cuerpo forrado de cortezas.
Cuando el lucero más corría, más corría la sobra. Si el lucero saltaba de árbol en árbol lo mismo la sombra hacía.
Y así estuvo durante mucho tiempo intentando atrapar aquel ser de oscuridad que se le escurría.
A medida que pasaba el tiempo más grande era su curiosidad por verla, mientras más se escondía aquella, más deseos por descubrirla.
Así, un día, cansado el lucero de perseguirla infructuosamente le pidió que se dejase ver, que deseaba fervientemente contemplar su perfil.
La sombra huidiza y desconfiada continuaba sin quererse asomar, arreciaron los ruegos del lucero y la sombra se detuvo detrás de un inmenso tronco, y desde el otro lado escuchó.
-¿Porqué no te dejas ver?, preguntó a la sombra
- Porque lo que veas no te va a gustar y te defraudará.
- Estoy seguro, dijo el lucero, que no será así, es tanta la hermosura que te intuyo que no puedo soportar más la espera.
La sombra, consciente de su oscura realidad, de sus defectos y carencias de irisados colores, dudaba entre acabar con su anónima existencia o seguir oculta.
Sin embargo el lucero no cejaba en su empeño por ver de cerca aquella sombra, por poner rostro a la imagen que de ella tenía en su imaginación.
-Por favor sombra, déjame verte, te lo ruego
-Una vez que has puesto cara, color y sentimientos a algo desconocido, después la realidad es amarga y descorazonadora, respondió la sombra, así que mejor mantén tu imagen idílica, o sufrirás un gran dolor.
-Confía en mi, sombra, en mis largos viajes por el universo he conocido todo tipo de criaturas, algunas horribles como los agujeros negros y otras maravillosas como estrellas fugaces, por favor déjate ver.
-Además precioso lucero, tu misma luz esa luz de tu ansía por conocerme, me matará.
-No, no será así sombra, seguro que es tan grande tu belleza que mi luz solo la acrecentará.
Tranquilizada la sombra de su temor por aterrorizar al lucero y desaparecer, le propuso a este que se dejaría ver en un lejano y solitario paraje, lejos de todos los árboles, de animales y plantas, de ríos, arroyos y lagos, donde solo estuviesen ella y él.
Sería en una noche de luna llena, cuando esta está preñada de luz.
Pasaban los días y a medida que se acercaba el previsto para la reunión, más crecía la impaciencia del lucero.
Llegó el día acordado, el lucero anduvo ligero al paraje elegido, la luna le iba iluminando el camino y los claros del bosque brillaban como mares de plata.
El corazón de la sombra latía incontrolado al ver acercarse al lucero, se pegó a la pared de una gran roca que se levantaba vertical hacía el cielo.
Al llegar, el lucero, le pidió que se acercara, mientras esperaba de pie, inmóvil, con las esmeraldas de sus ojos fijos en la roca, esperando ver aparecer a la sombra.
La sombra comenzó a caminar, lentamente, midiendo cada paso, manteniendo la respiración, con sus ojos de azabache fijos en los del lucero.
A medida que se aproximaban ambos seres, se fue ensombreciendo el semblante del lucero, se oscurecieron sus ojos y su cuerpo.
En cambio la sombra, ahora a la vista del lucero, al ser descubierta su realidad, a medida que este iba paseando sus ojos por su geografía, esta se iba difuminando, disolviéndose poco a poco en la luz del decepcionado lucero, hasta que desapareció.
El lucero regresó por sus pasos, dolorido por aquella visión, dispuesto a borrarla de su memoria, sus expectativas se habían roto, no era fundada su imaginación.
Así murió un sombra y con ella una ilusión.
sábado, 27 de junio de 2009
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